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Campo de refugiados Lesbos (Grecia)

Por Mina* (joven refugiada en Lesbos)

Todo está hecho un caos.

Hay momentos. Es como si algo te estrangulara, necesitas hablar con alguien, que alguien se dé cuenta de ti, no solo por escuchar, pero no lo hay, y quieres salir y hacer que tu espíritu encuentre un rescate.

Estoy segura de que los momentos duros son para cada persona que vive en este planeta, pero algo va mal, para mí se supone que ya debería ser suficiente.

Tengo algunos sueños, como toda chica de mi edad. Quiero hacerlos realidad, no quiero desperdiciar los días dorados de mi vida aquí. Pretendo que soy fuerte, pero no lo soy. Quiero terminar, pero tengo miedo de eso.

Este lugar convierte a la gente en algo que no son. En realidad, han perdido la esperanza. Me puedo dar cuenta completamente de esto. Hay momentos en los que prefieres rendirte.

A pesar de todo, sigo pensando en mis sueños. Cada noche.

*Nombre cambiado por razones de seguridad

Campo de refugiados Lesbos (Grecia)

Por Uli Fischer (GAiN)

Lo que parece el comienzo de un cuento de Las mil y una noches, no es en realidad más que una pesadilla.

Najib* es un joven de 18 años que se presenta ante nosotros todos los días desde que empezamos a trabajar en este lugar concreto del campo de refugiados. Estamos a punto de reconstruir una estructura que se quemó hace unos meses (lo que provocó que unas 80 personas del campamento se quedaran sin vivienda e incluso se perdió una vida). Najib se muestra amable e interesado. Parece que le gusta practicar su inglés para relacionarse con la gente. En un momento de la mañana dice: «Ahora tengo que irme, tengo una cita en la selva» (se refiere a la parte del campamento que no está incluida en el perímetro oficial). Uno de los hombres que vive allí está enseñando inglés a quien quiera aprenderlo. Creo que es mejor aprender a dormir o jugar todo el tiempo». Y se va.

«¿Puedo ayudarte?», me pregunta cuando vuelve por la tarde. Durante una pausa me cuenta que lleva tres meses viviendo aquí. Su madre y su padre murieron en Afganistán y él vino junto con su tía y los hijos de ésta. Como a ellos les permitieron trasladarse a Atenas -y a él no-, ahora vive solo y espera conseguir un sello de mejor color en su «Ausweis», el documento oficial en el cual sellan la resolución de asilo. Por el momento, su color sólo le permite moverse en las proximidades del campamento y, por supuesto, no puede trasladarse a la Grecia continental o incluso más allá.

«Hay muchos Ali Babás en el campamento», me dice (aquí a los ladrones se les conoce como Ali Babás). Continúa diciendo que una noche, a eso de las 4 de la mañana, cuando estaba profundamente dormido, alguien cortó la pared de plástico de su «casa» y quiso robarle lo poco que tenía: móvil, tarjeta de crédito del gobierno griego y su Ausweis. Luchó contra los ladrones enmascarados, pero uno tenía un cuchillo y le cortó. Ahora veo la larga cicatriz a lo largo de su barbilla que está algo cubierta por una barba de tres días. Las marcas de más de diez puntos de sutura son bien visibles. No quiero ni imaginar lo que podría haber pasado: un poco más abajo y probablemente Najib ya no estaría vivo (como bastantes personas que pierden la vida en aquí). Le digo que me alegro mucho de que esté vivo y de que podamos estar aquí y hablar.

Najib quiere ser médico. Espero que la vida no le robe también este sueño.

Un cuento de ‘Las mil y una noches’ sonaría diferente. Sin embargo, es la historia de Najib. ¿Y para qué sirven los cuentos? Para entretener, para encantar, para cautivar, para pensar, para actuar… ¿Qué estoy haciendo con las historias que escucho? ¿Qué haces tú con las historias que escuchas?

*Nombre cambiado por razones de seguridad

Campo de refugiados Lesbos (Grecia)